Horrible, pero reveladora portada: McCartney reluce con luz dorada en el centro
Que yo recomiende un libro sobre los Beatles, teniendo en cuenta la pasión que demuestro en cada una de las entradas que les dedico, no debe darme mucho crédito como lector imparcial, pero creo que merece la pena intentar convencer al que lea estas líneas de lo recomendable que resultaría hacerle un hueco en cualquier bibliografía sobre música que se precie.
En primer lugar, me gustaría hablar del tipo de literatura que me gusta leer sobre los Beatles. Mi libro de cabecera sobre el grupo siempre ha sido y será Revolución en la Mente de Ian McDonald. Lo considero indispensable para cualquier fan de los Fab Four. Dejando un lado que es un libro intensamente crítico con el que se podrá estar más o menos de acuerdo, transmite una pasión por la música del grupo que apenas he llegado a apreciar en ningún otro. Es un libro de revelaciones muy bien documentado que se centra en los aspectos musicales y técnicos, echando mano de las circunstancias personales de los miembros de los Beatles sólo cuando son necesarias para contextualizar las canciones de las que habla. Después de Revolución en la Mente, iría el resto.
El libro de Geoff Emerick le pisa los talones a la insigne obra de McDonald por varios motivos: entre sus líneas encontramos el testimonio de un valor incalculable de un hombre que conoce al detalle los entresijos técnicos de la etapa dorada del grupo. Geoff Emerick entró a trabajar en Abbey Road siendo un adolescente recien salido de la escuela. El segundo día de su trabajo como ayudante del ingeniero auxiliar se topó con otros recien llegados de Liverpool que empezaban a grabar con el ingeniero Norman Smith y el productor George Martin. Poco a poco, Emerick fue demostrando su valía hasta convertirse en el ingeniero de los Beatles durante cuatro años, abarcando su obra cumbre desde Revolver hasta el White Album, saltándose el fiasco de Let It Be para volver a reencontrarse con el grupo en el álbum Abbey Road. No hablamos de un testimonio imparcial, ya que se le nota su apego por McCartney, pero si de un espectador privilegiado que aporta una visión imprescindible para entender la forma de trabajar del grupo dentro del estudio.

Emerick no deja títere con cabeza cuando evalúa las personalidades de todos los que le rodeaban: acusa a George Martin de falta de liderazgo para encauzar los últimos álbumes del grupo, habla de la falta de personalidad y el desinterés de Ringo en las sesiones de grabación y se deshace en adjetivos cuando describe al seco de George Harrison o al irritante y bromista Lennon. Si Ian McDonald en Revolución en la Mente tiende a idealizar las circunstancias que rodearon cada canción, el relato de Geoff nos muestra por el contrario a unos Beatles demasiado humanos. Las conversaciones transcritas y las situaciones recordadas por Emerick resultan tan reveladoras que entiendes como pudo dejar al grupo en mitad de la grabación del White Album, cuando cualquier otro ingeniero de la época hubiera suspirado por grabarles.
También resulta de agradecer que el libro esté dedicado casi en exclusiva a la relación de Emerick con los Beatles, hablando lo esencial sobre su biografía personal para poner al lector en antecedentes sin llegar a impacientarlo. Entre tanto recuerdo se desvelan algunas anecdotas bastante interesantes desconocidas por mí hasta ahora, como aquella en la que Lennon intentó sustituir la cara A del single Lady Madonna por su tema Hey Bulldog en el último momento, o cuando se cuenta que el truco de empalmar trozos de organo en Being For The Benefit Of Mr Kyte ya había sido utilizado antes sin éxito en el tema Yellow Submarine. Además, El Sonido de los Beatles no termina con Abbey Road, ya que queda un jugoso capítulo dedicado a la difícil grabación en Lagos del álbum Band On The Run de Paul McCartney en solitario.
Compré el libro el sábado pasado y, en cuanto lo tuve en mis manos, no pude resistirme a aparcar otros que estoy leyendo en beneficio del de Emerick. El poco tiempo libre que he tenido lo he dedicado al libro, ventilándome cuatrocientas páginas sin apenas darme cuenta.