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jueves, 14 de enero de 2010

Money For Nothing / Music For Nothing

Todo el mundo recuerda la canción Money For Nothing de Dire Straits. Para el que no lo sepa, trataba sobre la generación MTV y la panacea de conseguir dinero por no hacer nada. MTV ponía los videoclips y el músico de turno cobraba por su emisión. Mientras más veces repetían los vídeos, más dinero. A veces me pregunto si ese Money For Nothing no podría aplicarse a toda la industria discográfica pre-internet. La profesión de músico de éxito parece un trabajo muy agradecido, ya que sólo grabas un disco una vez y todo el que quiera escucharlo, tendrá que pagar 10 o 20 euros por disponer de una copia de ese trabajo. Ojala todas las profesiones fueran iguales. Ojalá todos pudieramos realizar un trabajo al año y copiarlo para multiplicar nuestros beneficios hasta el infinito. Lamentablemente, no todos los trabajos pueden multiplicarse para que lleguen al consumidor como la música.

El gran poder que la industria discográfica ha tenido durante el siglo XX lo ha obtenido de poder hacer copias infinitas de un mismo trabajo. Es lo más parecido a la piedra filosofal que buscaban los alquimistas. La amplia difusión de sus trabajos envuelta por la magia de la música convirtieron al musico de rock en el artista más privilegiado del siglo XX. Un músico puede sentarse con su guitarra, tocar un disco entero y hacerse de oro si tiene el éxito suficiente. Si tenemos en cuenta además que las generaciones de compradores van renovándose cada década...

Las discográficas se han beneficiado de la capacidad de realizar copias durante casi un siglo. Ellas tenían el monopolio, ya que en un principio hacia falta una gigantesca infraestructura industrial para fabricar vinilos y distribuirlos. La aparición del CD hizo a las discográficas frotarse las manos, ya que todos los melómanos del mundo volverían a comprar las mismas copias que ya habían adquirido para obtener esa supuesta mejor calidad prometida con el formato digital. Fabricar un CD es incluso más sistemático que hacer un vinilo, por lo que a finales de los ochenta y durante toda la década de los noventa, las discográficas rescataron buena parte del catálogo musical del siglo XX y, prometiendo la calidad mejorada, ampliaron su oferta hasta límites insospechados (reediciones, descartes, remasterizaciones, etc.).

Sin embargo, la digitalización de la música que les hizo multiplicar sus beneficios durante los noventa se convirtió en un arma de doble filo en la siguiente década. La democratización de la informática y la difusión de internet han conseguido lo impensable. Ahora todos podemos hacer copias y el monopolio que poseían las discográficas se ha derrumbado. Cualquiera puede conseguir una copia del álbum que le apetezca con una calidad más que aceptable, o al menos, muy parecida a la que se ofrece en las tiendas. Antes de Internet, las discograficas obtenian unos beneficios impensables para cualquier otro sector económico (si costaba 20 céntimos fabricar un CD, lo podían vender a 20 euros). El precio del producto se ha derrumbado, si lo bajas de Internet, ahora el coste es cero. El arma secreta que les hizo amasar tanta fortuna se ha democratizado.

Ahora que estamos en la situación en la que estamos, ¿cual es la fuente de ingresos que ha empezado a cobrar importancia para los músicos? Los directos. El que más y el que menos, tiene que lanzarse a la carretera para ganar el dinero que ya no obtiene de aquella difusión de copias. Sinceramente, recaudar dinero con las actuaciones y los directos se parece más al concepto de trabajo que desgraciadamente tenemos que sufrir todos los mortales. Y, sin embargo, no todo es negativo para el músico. Ahora pueden difundir su trabajo más fácilmente y sin necesidad de firmar un contrato sangrante con ninguna multinacional. ¿Todos ganamos? Muchas revistas comentan casi de pasada que esta última década ha sido de las más florecientes musicalmente hablando para este país.

No voy a negar que este post ha sido algo demagógico hasta ahora. Habría que tener en cuenta que las copias piratas se saltan a la torera los derechos de propiedad intelectual que van intrínsecos a una creación musical. También es cierto que el precio de los CDs no beneficiaba sólo a las discográficas, si no también a los fabricantes, distribuidores y a las tiendas de discos, profesionales que conseguían ingresos por un trabajo palpable. Pienso que todo el mundo debería recibir lo que merece por su trabajo atendiendo a la famosa ley de la oferta y la demanda, pero también tengo claro que las discográficas se han beneficiado de un monopolio sangrante durante demasiado tiempo.

En esta última década le hemos dado la vuelta a la tortilla: cuando antes el gran perjudicado era el consumidor de discos, ahora los damnificados son los distribuidores, las multinacionales y el músico en sí. Sinceramente, me gustaría que la nueva ley consiguiera un reparto más equitativo, ya que la situación actual tampoco es precisamente la ideal. Me gustaría que el músico y el distribuidor obtuvieran el dinero que les corresponde por su trabajo, pero estoy casi seguro de que esa nueva ley beneficiará principalmente a todos aquellos buitres que llevan diez años proclamando luchar por los artistas y que en realidad no hacen otra cosa si no engordar sus bolsillos a costa de ellos. Espero que esta vez los de siempre no se salgan con la suya.

viernes, 17 de abril de 2009

Mp3's Revolution

En cuestión de pocos años se ha producido una revolución cultural sin precedentes, por la que todo el mundo tiene acceso ilimitado a grandes cantidades de información. El uso cotidiano de internet, la posibilidad de convertir en archivos informáticos libros, discos o películas y el aumento continuo de la capacidad de las unidades de almacenamiento se ha convertido en algo normal que hace pocos años era prácticamente impensable. Cuando estaba en el instituto, no podía imaginarme que podría guardar 14 discos en mi reproductor de mp3 de 3 cm. de diámetro (por cierto, es igualico que el de la foto). Por aquella época, hacerte con la copia de un álbum representaba pedírselo reiteradamente al colega de turno que se hacía de rogar lo suyo y, una vez en tus manos, podías hacerte una copia sólo pasándola a cassette. La versión actual del mismo procedimiento consiste en miles de usuarios anónimos que a partir de programas P2P ofrecen y consiguen cualquier material en el que estén interesados. ¿Estamos mejor o peor que antes? Como este es un blog de música, me centraré exclusivamente en la parte músical.

No sé si ésto durará mucho, pero la verdad es que no me gustaría despertar de este supuesto sueño hecho realidad. La situación en la que estamos trae muchos beneficios para el melómano de a píe, pero está claro que el músico y el compositor se ven seriamente perjudicados. Puede que la situación se prolongue mientras exista la red de redes, pero una legislación fuerte o un cambio en el software pueden terminar en cuestión de meses con el paraiso cultural al que nos hemos acostumbrado tan rápido. Pase lo que pase, estoy seguro de que estos años se recordarán en perspectiva como el inicio de una revolución cultural sin precedentes. Una revolución tácita de ordenadores encendidos durante la noche y luces parpadeantes donde sólo es necesario alargar la mano para alcanzar lo que deseas. Estoy seguro de que más de uno derramaría lágrimas si tuviera que volver al viejo método de la cinta de cassette (nadie se acuerda ya de la pobre).
Y es que todo se resume en la siguiente frase: cuando antes comprabas varios discos al mes, ahora puedes conseguir 20 en un sólo día. Muchas veces he pensado que es una pena recibir tanta información de golpe y que tu cerebro la asimile tan lentamente como siempre. Si antes nos llevabamos un mes escuchando un disco, ahora tenemos que dosificarnos y autoadministrarnos para no terminar sobresaturados. Por muy bien que lo quieras hacer, nunca volveras a disfrutar con la misma intensidad de un álbum en concreto. Antes me sabía el orden y el nombre de todas las canciones de mi colección de discos e incluso podía memorizar las letras de esas canciones. Ahora no sé como se llaman el 90 % de los temas que escucho y sólo puedo organizarlos en mi mente teniendo una vaga idea del disco en el que se encuentran. Siempre que pienso en ésto, recuerdo una frase de Bilbo Bolsón en El Señor de los Anillos, cuando habla sobre como se siente al cumplir tantos años: Me siento frágil, disperso como mantequilla untada sobre demasiado pan.

Al facilitarse tanto el acceso a la música, el consumidor puede hacerse más selectivo y escuchar lo que realmente quiere. Ya no es necesario tragarse el programa musical radiofónico o televisivo de turno donde emiten lo que se ha pactado de antemano con la discográfica para marcar tendencias, ahora el que quiere puede marcarse su propio camino muy fácilmente. ¿Qué ha ocurrido? El monopolio que existía al disponer de pocos canales de información se ha extinguido para siempre. Ya no surgen tantas estrellas musicales como antes, porque la promoción y divulgación no se encuentra en el poder de unos pocos. Ahora funciona más que nunca el boca a boca y a pesar de que en esta década han surgido grupos que se mantienen como grandes figuras, no logran alcanzar la proyección de las vacas sagradas que forjaron su leyenda en tiempos pasados como Bruce Springteen o U2. Creo que la megaestrella está en peligro de extinción según las nuevas reglas marcadas.

El músico pierd
e dinero indudablemente por ofrecer algo que diez años antes podría haberle retribuido mayores beneficios. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que antes se vendían CDs cuyos precios oscilaban entre los 15 y 20 euros cuando fabricarlos salía por 20 céntimos la unidad. Es normal que las discográficas se suban por las paredes ante la situación actual, han visto como el chollo del siglo se les escapaba de las manos. Después de ver las orejas al lobo, los precios de los discos han bajado notablemente y ahora se puede encontrar muy buena música por 5 o 6 euros en supermercados y grandes superficies. Creo que era necesaria esa cura de humildad independientemente de lo que pueda ocurrir en el futuro. Otro curioso fenómeno que se produce cuando cambian las tornas: si el músico no consigue los suficientes ingresos por la venta de discos, se ve obligado a realizar más conciertos y giras. No hace falta decir que en este sentido el aficionado vuelve a ganar.
El revuelo montado es algo normal, teniendo en cuenta que, hasta hace unos años, las discográficas vendían el plastico a precio de oro. Todo el mundo habla de que el perjudicado es el músico, pero en realidad muchos de ellos se han quejado en reiteradas ocasiones de que el porcentaje que reciben como creadores es ínfimo comparándolo con lo que se llevan la discográfica y los multiples intermediarios. En resumen, The Times They'Are A Changin' como decía Bob Dylan. Ya sólo nos falta ver manifestarse a los vendedores de enciclopedías por el daño que la wikipedia ha hecho en sus trabajos.