- Los Beatles no son música. Son pura mitología. No importa tanto lo que hicieron -sus canciones- sino lo que ellos eran: el mito, la leyenda. Siempre ocurre así con los grandes mitos: el Grial o el largo nostos que lleva de vuelta a Ítaca no son más que la excusa -el McGuffin, que se dice- para hablarnos de cosas que tienen mucho que ver con la cosa misma de la especie humana. Que tienen que ver con nosotros, los vulgares. Contigo y conmigo. Que hablan de nosotros.
- Desde un punto de vista estrictamente mitológico, la historia de los Beatles es, una vez más, la reinterpretación del viejo logos ascenso-apogeo-caída. En eso, ellos supieron ser listos como nadie: comprendieron que el mito había cubierto su ciclo y se negaron a resucitarlo (los Stones, por ejemplo, jamás podrán acceder -por este descuido tonto- a la categoría de los inmortales: nadie se acordarán de ellos, ni de qué hicieron, dentro de cincuenta años, mientras que a los Beatles se les estudiará junto a Schubert o Grieg, o incluso junto a Bach). Casi todos los mitos -la vida también es mito- pasan por esas tres fases inevitables, que coinciden un poco con el ciclo vital, tal y como lo aprendemos en los libros desde niños: los seres nacen, se reproducen y mueren. No hay mucho más que eso: principio, estruendo y fin.
- Los Beatles emergieron de la forma más digna: haciendo reir a la gente, dándoles canciones pegadizas que disfrutar, llenando con un poco de alegría sus vidas. Entonces no eran cuatro, era más bien un monstruo de cuatro cabezas. Fue un par de años después cuando el mundo por fin supo que cada uno de los Beatles tenía nombre y apellidos, y que cada uno tenía también su personalidad, su forma de ver la vida. Uno era el cínico, el desengañado, el ser carismático que arrastra multitudes aun cuando sus hechos -lo real, lo comprobable- no acaben nunca de tener una forma definida y reconocible. Otro era el Salieri del grupo, el virtuoso, el enamorado de su profesión que tal vez pueda llegar a ser admirado, o reconocido, pero nunca querido. Otro era el místico, el que encuentra a todo un segundo sentido, y hasta un tercer sentido, el que flotaba siempre por encima de todo. E incluso había uno como tú y como yo, uno que servía para dar la imagen de que cualquiera -tú, yo, el de enfrente...- hubiera podido llegar a ser un Beatle. La fórmula química perfecta. La combinación, en cuatro caracteres, de lo que cada uno de nosotros lleva dentro: el genio, el diplomático, el creyente, el guasón.
- Cuando yo andaba por los diecisiete años estaba muy pillado con dos cosas, sobre todo: los Beatles y el Rey Arturo, la mitología artúrica. Ahora -e incluso entonces- veo que aquellas dos cosas eran la misma cosa. Reyes, magos, caballeros puros, caballeros traicioneros, brujas, o lo que es lo mismo, la vieja y eterna lucha de los mejores valores -la utopía, la camaradería, la espiritualidad...- contra los más mundanos -la ambición, el ego, la mezquindad, el rencor...-. La épica es lírica, y la lírica es épica: véase si no Lawrence de Arabia. El gran drama exterior es siempre un drama interior. Hay un salto pequeño (pequeñito incluso, insignificante) entre Morgana y Yoko, entre Merlín y George Martin, entre Arturo y Lennon, entre Lancellot y Macca, o incluso entre el místico Gallahad y Harrison. La mitología, en el fondo, es la única explicación de todo lo que nos pasa: eso los griegos lo vieron como nadie, que todo es simple, que el ser humano siempre se mueve de acuerdo con las mismas pautas.
- Porque seguramente lo que nos atrae de la mitología -y lo que nos atrae del mito de los Beatles- coincide en todo con el ritmo, y las pautas, que nos impone nuestro ciclo vital. Uno nace inocente y un buen día se ve arrojado al mundo, y cuando cree que va a poder celebrar que se encuentra disfrutando es cuando se da cuenta de que primero debe encontrarse a sí mismo, saber quién es y qué quiere verdaderamente, más allá de las reglas de la comunidad y de las convenciones y de todos los tópicos. Y en ese viaje al fondo de uno mismo, uno descubre que hay que romper primero con todo lo que nos hizo partícipes de ese mundo. Que todo era un engaño. Que la existencia -como dice Morrissey- es solamente un juego. Y que uno es uno, y el resto es el resto. Imprescindible, pero innecesario.
- Es el Upanishad, es Beowulf, es el Cid, es Arturo, es Star Wars, y es Lord of the Rings. Y es también los Beatles. Pero, sobre todo, somos tú y yo. Por eso formamos parte de todo eso. Porque no son las canciones. Es algo mucho más profundo y complicado, y que tiene mucho que ver con nosotros mismos, con estos monos sin pelo que no paran nunca de hacerse preguntas y de intentar explicarse inútilmente.
El Tocadiscos 027: Blues & Rock
Hace 7 años
4 comentarios:
Entrañable soily.
Interesante visión del asunto. No se puede negar que los Beatles tenían un componente "mitológico", que además no les fue donado por los dioses: se lo tuvieron que currar.
Es cierto que algo de suerte hubo (la aparición de Epstein, sobre todo), pero el talento lo pusieron ellos.
Bueno... Todo esto de la mitología artúrica está bien enlazado. El texto es ameno, está bien escrito.
Lo de Salieri no me termina de convencer. Una chorrada parecida, pero más grande dijo Rosa Montero ("es como Salieri con la habilidad de Mozart" ¿entonces para qué recurres a Salieri? (ja,ja) cuando entrevistó a Paul y bueno... pero le queda bien para enlazarlo con Lancelot.
Y no sé... luego nos dedicamos a saber todo de ellos, y etc, etc...
Pero lo siento.
Son las canciones.
Yo me enganché por la música, por los sonidos. Y sí, leo mucho sobre ellos y les sigo y todo eso y "analizo" sus vidas, acciones, sus comportamientos...pero a mí lo que me llegó primero fueron las canciones. Sin eso, no me hubiera interesado por lo otro.
Un saludo.
http://whatsrockinnow.blogspot.com/2012/01/day-in-life-beatles.html
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