Una vez reposado y digerido el concierto de los irlandeses en el Estadio de la Cartuja, llega la hora de reflexionar un poco sobre lo vivido allí; sobre lo visto y oído en esa tarde post-huelga que, dejando atrás la euforia, a un servidor dejó con sensaciones encontradas y un agridulce sabor de boca. Vayamos por partes.
Por un lado, y sin saber muy bien a quién o qué achacárselo, la primera queja va por el deficiente sonido del espectáculo. Por un lado me señalan que en los conciertos de U2 en Barcelona (Nou Camp si no recuerdo mal) el sonido fue impecable; por otro, doy fe que el pasado año, en el mismo recinto hispalense, a Bruce Springsteen se le escuchó muy muy bien. Entonces, ¿los ingenieros tenían que haber estudiado mejor la acústica del estadio? ¿o es que acaso llevaban demasiada potencia? Lo cierto es que el sonido tanto en la parte delantera de la pista como en grada dejó bastante que desear, con mucha reverberación (además de la que ya usan ellos en sus canciones), así como un Bono inaudible en muchos momentos.
En el extremo opuesto, aplaudir y agradecer la actitud de los músicos. No es que fueran la alegría de la huerta ni se volcaran de manera desmedida: dieron un poco más de lo justo para que el respetable se lo pasara bomba. Sin ser más comunicativos de lo estrictamente necesario, detalles como la presentación de la banda y el guiño a la Selección Española hace que quien más y quien menos acabara con una sonrisa en el rostro. Minipunto para Bono y sus seudónimos futboleros. Además, sin que les hiciera falta, recurrieron a un clásico que nunca falla: subir una chica al escenario durante In a little while, quien parece ser que es la que empezó a hacer cola tres días antes del concierto.
Llevamos por el momento una de cal y una de arena. Obviamos, por cierto, el caos de accesos y, sobre todo, salidas del estadio y su entorno, así como los atascos kilométricos que se vivieron. Un tema a estudiar para futuros eventos. Dejando todo lo anterior a un lado, ¿por qué hablamos de sensaciones agridulces? Pues es difícil de explicar: pongamos que le preguntamos a alguien su opinión sobre cierta película, y su respuesta es alabar la fotografía, la banda sonora, y el vestuario. Pues con el concierto ocurrió poco más o menos lo mismo: hasta los muy fans (incluso los mayores talibanes de U2) hacen poco más que proclamar la grandiosidad del escenario, los juegos de luces, la espectacularidad de la pantalla, la potencia del sonido...
Es decir, que lo más reseñable del concierto fue todo... menos la música. No quiero que se malinterprete: no es que tocaran mal (a decir verdad no se oía lo suficientemente bien como para valorarlos debidamente pero, al igual que el valor en la mili, su calidad como músicos se les supone), ni que el repertorio escogido fuera malo (atendiendo a gustos personales podríamos proponer cada uno de nosotros un setlist diferente, pero es justo reconocer que el ofrecido la pasada noche en Sevilla queda muy equilibrado, con el número justo de temas nuevos y todos sus clásicos estratégicamente distribuidos). Sencillamente es que, quién sabe si en un ejercicio de honestidad o quizá hastío, han trasladado al escenario lo que por sus discos sabemos de sobra hace tiempo: que para Bono y compañía la música dejó de ser el fin último y, de un tiempo a esta parte, ha pasado a ser simplemente la excusa con la que seguir de gira. Lo que algunos llaman, con permiso de Dylan, el neverending tour.
Pasados los días, esa sensación es la que ha quedado en el que esto escribe. Es como cuando en un partido de fútbol el mejor de un equipo es el portero: por supuesto que para eso está, y que también juega; pero si el que debiera ser último bastión del equipo (algo así como la red de seguridad para un funambulista) ha acabado siendo el mejor, quiere decir que todo lo demás ha fallado. Pues algo así sucedió con U2: claro que se agradece un montaje espectacular como el que llevan en esta gira, o la impresionante pantalla circular con la que no perder detalle, o los juegos de luces con que sorprendieron en Ultraviolet... Todo eso está muy bien, pero para el que esto escribe esos elementos conforman la red de seguridad del concierto, y si ha hecho falta hacer uso de ella es que el funambulista resbaló y cayó al vacío.
En cualquier caso no puedo dejar de reconocer que la experiencia fue muy muy buena, algo que merece la pena vivir y ver con los propios ojos. Personalmente, huelga decir que no soy un gran fan de estos irlandeses, casi que lo más positivo fue comprobar una vez más que Sevilla puede ser una ciudad a tener en cuenta para futuras de giras de grandes grupos. Si ya han pasado por aquí exitosamente pesos pesados como U2, Springsteen, Madonna o AC/DC, ¿por qué no vamos a ver en breve en La Cartuja a The Rolling Stones o al mismísimo Paul McCartney?
Por un lado, y sin saber muy bien a quién o qué achacárselo, la primera queja va por el deficiente sonido del espectáculo. Por un lado me señalan que en los conciertos de U2 en Barcelona (Nou Camp si no recuerdo mal) el sonido fue impecable; por otro, doy fe que el pasado año, en el mismo recinto hispalense, a Bruce Springsteen se le escuchó muy muy bien. Entonces, ¿los ingenieros tenían que haber estudiado mejor la acústica del estadio? ¿o es que acaso llevaban demasiada potencia? Lo cierto es que el sonido tanto en la parte delantera de la pista como en grada dejó bastante que desear, con mucha reverberación (además de la que ya usan ellos en sus canciones), así como un Bono inaudible en muchos momentos.
En el extremo opuesto, aplaudir y agradecer la actitud de los músicos. No es que fueran la alegría de la huerta ni se volcaran de manera desmedida: dieron un poco más de lo justo para que el respetable se lo pasara bomba. Sin ser más comunicativos de lo estrictamente necesario, detalles como la presentación de la banda y el guiño a la Selección Española hace que quien más y quien menos acabara con una sonrisa en el rostro. Minipunto para Bono y sus seudónimos futboleros. Además, sin que les hiciera falta, recurrieron a un clásico que nunca falla: subir una chica al escenario durante In a little while, quien parece ser que es la que empezó a hacer cola tres días antes del concierto.
Llevamos por el momento una de cal y una de arena. Obviamos, por cierto, el caos de accesos y, sobre todo, salidas del estadio y su entorno, así como los atascos kilométricos que se vivieron. Un tema a estudiar para futuros eventos. Dejando todo lo anterior a un lado, ¿por qué hablamos de sensaciones agridulces? Pues es difícil de explicar: pongamos que le preguntamos a alguien su opinión sobre cierta película, y su respuesta es alabar la fotografía, la banda sonora, y el vestuario. Pues con el concierto ocurrió poco más o menos lo mismo: hasta los muy fans (incluso los mayores talibanes de U2) hacen poco más que proclamar la grandiosidad del escenario, los juegos de luces, la espectacularidad de la pantalla, la potencia del sonido...
Es decir, que lo más reseñable del concierto fue todo... menos la música. No quiero que se malinterprete: no es que tocaran mal (a decir verdad no se oía lo suficientemente bien como para valorarlos debidamente pero, al igual que el valor en la mili, su calidad como músicos se les supone), ni que el repertorio escogido fuera malo (atendiendo a gustos personales podríamos proponer cada uno de nosotros un setlist diferente, pero es justo reconocer que el ofrecido la pasada noche en Sevilla queda muy equilibrado, con el número justo de temas nuevos y todos sus clásicos estratégicamente distribuidos). Sencillamente es que, quién sabe si en un ejercicio de honestidad o quizá hastío, han trasladado al escenario lo que por sus discos sabemos de sobra hace tiempo: que para Bono y compañía la música dejó de ser el fin último y, de un tiempo a esta parte, ha pasado a ser simplemente la excusa con la que seguir de gira. Lo que algunos llaman, con permiso de Dylan, el neverending tour.
Pasados los días, esa sensación es la que ha quedado en el que esto escribe. Es como cuando en un partido de fútbol el mejor de un equipo es el portero: por supuesto que para eso está, y que también juega; pero si el que debiera ser último bastión del equipo (algo así como la red de seguridad para un funambulista) ha acabado siendo el mejor, quiere decir que todo lo demás ha fallado. Pues algo así sucedió con U2: claro que se agradece un montaje espectacular como el que llevan en esta gira, o la impresionante pantalla circular con la que no perder detalle, o los juegos de luces con que sorprendieron en Ultraviolet... Todo eso está muy bien, pero para el que esto escribe esos elementos conforman la red de seguridad del concierto, y si ha hecho falta hacer uso de ella es que el funambulista resbaló y cayó al vacío.
En cualquier caso no puedo dejar de reconocer que la experiencia fue muy muy buena, algo que merece la pena vivir y ver con los propios ojos. Personalmente, huelga decir que no soy un gran fan de estos irlandeses, casi que lo más positivo fue comprobar una vez más que Sevilla puede ser una ciudad a tener en cuenta para futuras de giras de grandes grupos. Si ya han pasado por aquí exitosamente pesos pesados como U2, Springsteen, Madonna o AC/DC, ¿por qué no vamos a ver en breve en La Cartuja a The Rolling Stones o al mismísimo Paul McCartney?
1 comentario:
Desde luego no haces falta que jures que el sonido era potente. Yo que vivo por el Duque (los de Sevilla saben bien donde me refiero) y se escuchaba "a la perfección" hasta los oe oe oe del público... dentro del estadio debio ser ensordecedor.. :s
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