Corría el año 1972 cuando vio la luz el tercer álbum de ese oscuro cantautor, que tuvo aún menos éxito que los dos anteriores. Grabado en solo dos sesiones, Pink Moon era apenas los últimos rescoldos de un músico que se consumía lenta e implacablemente.
Nick Drake fue un cantautor británico que publicó tres discos sin obtener reconocimiento alguno en vida, y tuvieron que pasar más de veinte años para que un anuncio de coches (sí, una mierda de anuncio tuvo que ser) acercara a este genio a los oídos del gran público.
De familia acomodada, aprendió de muy joven a tocar la guitarra y el piano. Descubierto por el bajista de Fairport Convention, consiguió un contrato con Island Records para grabar. Sus dos primeros discos, Five Leaves Left y Bryter Layter no tuvieron repercusión alguna.
Su oscuro carácter, su falta de autoestima (minada por el nulo éxito comercial), su extraña vida privada… sumieron a Drake en una profunda depresión. Además, sus muy diversas adicciones no solo le hundían más aún sino que provocaron una suerte de paranoia. En ese estado se encontraba cuando, en octubre de 1971, entró en los míticos estudios Sound Techniques para grabar su tercer disco. Acompañado únicamente por su guitarra, y en este tema por un escueto piano, Drake desgrana una a una sus canciones más desgarradoras.
El despreocupado (y hasta torpe) rasgueo de la guitarra nos llama la atención: Drake, un músico virtuoso y perfeccionista por naturaleza, quien en la universidad se pasaba los días enteros practicando para desarrollar su característico modo de tocar la guitarra con complicados arpegios e inusuales afinaciones, se limita a acompañar con desdén. El piano, sobrio como pocas veces (nada que ver con la alegría contagiosa de One of this things first, por ejemplo), dibuja una sencilla y bellísima línea tras el estribillo. La letra, más críptica aún de lo que nos tiene acostumbrados, se ciñe a cuatro frases:
Lo he visto escrito y lo he visto decir
La luna rosa está en camino
Ninguno estáis a su altura
La luna rosa va a alcanzaros a todos…
Y lo sorprendente es que ya está, en dos sesiones recogió en cinta magnetofónica sus temas con su guitarra como única compañera y se marchó. El Drake barroco, el de las cuidadas instrumentaciones y los arreglos de su amigo Robert Kirby, aquí se muestra totalmente desnudo. Se cuenta la anécdota que, saliendo Nick por la puerta del estudio, el ingeniero de sonido (que pensaba que habían grabado tan solo unas primeras maquetas para seguir trabajando) le preguntó acerca de qué arreglos quería, a lo que éste respondió “No frills”: “Sin florituras”. El disco se publicó tal cual en 1972, con peores resultados incluso que sus precedentes trabajos.
Drake murió dos años más tarde en casa de sus padres por sobredosis de barbitúricos y antidepresivos, sin que llegara a esclarecerse si se trató de un suicidio o muerte accidental. Tenía 26 años.
PD: con esta entrada he cambiado puntualmente el espíritu de esta sección, ya que de este tema la versión publicada ya es en sí misma acústica y no ofrecemos ninguna toma alternativa. Espero que se entienda ;)
1 comentario:
Un gran descubrimiento que me hiciste hace varios años. Sus tres únicos discos son una maravilla de melodías y sensibilidad. Una pena que no fuera algo más fuerte de carácter para mantenerse y seguirnos deleitando con su música durante muchos más años. Tenía una gran carrera por delante y, aunque nunca disfrutó del éxito comercial en vida, se le veía bien arropado por otras personas que sabían de su talento y, seguramente, le hubieran acompañado en cualquier otro proyecto que hubiera emprendido. Mi disco favorito de Nick Drake es el segundo, Bryter Layter, aunque los otros dos están a la misma altura compositiva. Me gusta ese álbum porque tiene unos acompañamientos que lo convierten en el más artístico de los tres. Además, puede que sea el menos triste de todos. Iba a decir el más positivo, pero no sé si ese adjetivo puede utilizarse con este hombre, el rey de la melancolía. Para alguien como yo, es fácil identificarse con Nick Drake. Soy de carácter tímido, no llegando por supuesto a los extremos de este hombre, pero es conmovedor saber del esfuerzo que le supondría subirse a un escenario para cantar sus canciones. Lo hizo en pocas ocasiones, pero lo hizo. Conocer su enorme timidez le da aún más valor a esas muestras de valentía que la pasión por la música despertaba en él. Estoy por comprar el libro de Trevor Dan dedicado a su figura, pero ya no lo veo en ninguna tienda. Sería cuestión de echar un vistazo al catálogo de Lenoir Ediciones para ver si sigue allí.
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