domingo, 17 de mayo de 2009

Autosuficiencia

Me recuerdo en mi época de instituto como un incomprendido músical, un paria que se encontraba fuera de la onda marcada por grupos como Nirvana o Prodigy. Por entonces, mi opinión sobre la música que escuchaban los demás era tan irrespetuosa como la que tenían mis compañeros de clase sobre mis "extraños" gustos musicales. También recuerdo que me consideraba un poco especial por escuchar música de los sesenta. Me veía como una especie de "explorador" que, gracias a mi buen gusto y extremada sensibilidad, había sido capaz de llegar donde mis amiguetes de diecipocos años no habían soñado siquiera. Ellos se conformaban con el artista de moda, yo no. Evidentemente, hace años que supere aquella etapa, pero considero que es normal caer en esa trampa por la enorme carga subjetiva que la música es capaz de imprimir en nosotros. No creo que existan dos personas sobre la tierra que sean capaces de sentir lo mismo con una determinada canción, así que hoy quería analizar las extrañas situaciones que se producen hasta que te das cuenta de que comparar tus gustos musicales con los de los demás no tiene sentido alguno.

Todo comenzó, por supuesto, cuando descubrí a los Beatles. Creo que he perdido la cuenta del número de cassettes que grabé por mi cuenta para amigos y conocidos sin que ellos me lo pidieran. Pensaba que había descubierto el Santo Grial de la música y suponía que aquellas cintas transmitirían las mismas sensaciones que yo sentía al escucharlas. Indudablemente, ninguna surtió el efecto deseado y seguramente habrán terminado en la basura o criando polvo en alguna estantería. Recuerdo que mi CD original de Ziggy Stardust de David Bowie pasó más tiempo en casas ajenas que en la mía propia durante los primeros meses que siguieron a su compra (pobrecito mío). Quiero pensar que lo que me movió para divulgar toda la música que me fascinaba por entonces era la buena voluntad para descubrir a los demás los hallazgos que tanto me hacían disfrutar, pero, viéndolo con perspectiva, más bien parece el intento de adoctrinar a los demás en lo que yo por entonces consideraba una verdad absoluta.

Analizándolo todo con perspectiva, intentaba justificar y diferenciar mis gustos a toda costa. La simple calidad músical no valía por ser algo demasiado subjetivo, así que una de mis primeras defensas para justificar la música que me gustaba con respecto a la vigente por entonces (Backstreet Boys, Spice Girls, etc.) era afirmar que esta gente lo hacia por dinero y los Beatles o Bob Dylan por amor al arte. Craso error. Vamos a dejar de lado que los Backstreet Boys y las Spice Girls fueron los grupos prefabricados con mayor éxito de los noventa, pero está claro que desde un albañil hasta el compositor de Strawberry Fields Forever quieren ganar la mayor cantidad de dinero posible mientras puedan. De hecho, es más que respetable y considerarlo no resta mérito a la brillante aportación que los Beatles hicieron a la música popular del siglo XX. Es más, debido a su mala gestión económica se vieron obligados a empezar prácticamente desde cero con sus carreras en solitario cuando el grupo se disolvió. Y ya me estoy enrollando otra vez hablando de ellos...

Si todo el mundo lo hace por dinero, ¿qué otra cosa podía diferenciar a los Beatles de las Spice Girls? Pues algo que siempre me ha molestado, el uso de un reclamo sexual para vender música. En los videoclips de cualquier cadena músical hay un elevado porcentaje de videos que utiliza el sexo como arma para atraer al espectador. Te imaginas a los Beatles con sus trajes y piensas con inocencia que el éxito les vino simplemente por la magia de su música. El problema se presenta si la cámara que los enfoca gira 180º y capta las imágenes de hordas y hordas de quinceañeras mojando las bragas mientras se tiran de los pelos chillando como posesas. Está claro que en la Inglaterra de la posguerra era complicado presentar el sexo de una forma tan explicita como ahora, por lo que los Beatles fueron en su época uno de los reclamos sexuales encubiertos más potentes. Si consideramos además las leyendas que corren por ahí en las que se habla del road manager seleccionando a las mejores chicas para entrar en la habitación del grupo una vez terminado el concierto, queda claro que los Beatles no eran ángeles precisamente.

Y podriamos estar así horas y horas, comparando aspectos de unos grupos y otros para intentar justificar los gustos de cada cual. Entiendo que en la adolescencia era importante para mí diferenciarme de los demás, pero después terminé por darme cuenta de que aquella música que tanto amaba era valiosa exclusivamente desde mi punto de vista personal. Hace tiempo que sé que mis gustos no son superiores a los de nadie, sólo son mis gustos, y la enorme carga subjetiva que atesoran me ha confundido durante años intentando hacerme creer que yo estaba en lo cierto y los demás equivocados escuchando lo que escuchaban. No creo que sea el único que ha estado en ese error durante tanto tiempo, ya que siempre que he discutido sobre música con alguién, el otro también estaba convencido de llevar la razón. Creo que es un mal generalizado en el que es muy difícil no caer si sientes algo con la suficiente pasión.

Así que, fans de U2, Camela, el Arrebato, los Doors, Rihanna, A-ha, David Bustamante o King Crimson: podeis ir en paz, teneis mi bendición :)

2 comentarios:

Luis Cifer dijo...

Cada uno tiene su opinión y sus gustos. Pero llevas razón.
Un saludo de otro incomprendido y raro fan de Bowie, Beatles y compañía.
Supongo que por lo que cuentas debemos tener parecida edad, fuimos sufridores incomprendidos en los 90.

Manuel J dijo...

Veintimuchos o treinta y pocos ;) Con esta entrada del blog quería demostrar que no existe un razonamiento objetivo que coloque a un grupo por encima de otro de forma incuestionable. Luego, todos los gustos músicales son respetables.

Eso por un lado, pero por el otro y según mi criterio puedo seguir pensando que U2 me parecen unos sobrevalorados o Dire Straits unos aburridos XD